sábado, 24 de octubre de 2015

24/10/2009, Un recuerdo seis años atrás.

CRÓNICA DE MI MEJOR APUESTA

Todo empezó en el mes de noviembre del año 2008, cuando, echando un vistazo a una revista especializada, leí la experiencia que algunos españoles habían tenido por las frías tierras de Groenlandia. A partir de ahí me interesé por el viaje del año siguiente; algo tan importante hay que prepararlo con tiempo, me gusta organizar bien las cosas. En el mes de enero tenía el presupuesto y todo preparado, sólo faltaba inscribirme. Pero ocurrió algo inesperado: la rodilla empezó a darme serios problemas, arrastraba una tendinitis con una gran inflamación de la Bursa. Ya había comprado las zapatillas específicas para no deslizarme en la nieve y el hielo. Pero tuve que aparcar por un tiempo mi gran sueño de competir en la maratón del Círculo Polar de Groenlandia.

A partir de la maratón de Barcelona que tuvo lugar en marzo, fueron cinco meses malos, deportivamente, muchos fisioterapeútas, osteópatas, acupuntureros y otros “remedios” a los que acudí, que si os los contara, os levantaría una sonrisa. En este tiempo competí en algunas carreras, sin entrenar, sólo por el placer de hacerlo, porque necesito correr, y no perder el contacto con mis compañeros y amigos que comparten afición. Era la sensación de querer sentirme como ellos, aunque estuviera apartado de la práctica, y viera mi recuperación aún lejos.

En el mes de julio la rodilla comenzó a dar síntomas de mejora, el dolor en el rotuliano era mínimo; todo indicaba que podría intentar entrenar en agosto. Así pues, llegó el momento, el alta médica, y me inscribí en THE POLAR CIRCLE MARATHON.

Ya no había vuelta atrás, faltaban poco más de tres meses y mi sueño comenzaba a hacerse realidad. La expedición saldría hacia Dinamarca el 21 de octubre, muy temprano, con lo que me apresuré también a coger vuelo y hotel en Barcelona un día antes de la salida, y un día después de la llegada, no me gusta ir con prisas. Pasada la feria de Santa Marta, mi pueblo, (que por cierto fue muy buena), el lunes 3 de agosto comencé la preparación de la maratón, tres bloques de cuatro semanas por delante con cientos de kilómetros que recorrer.

Pero era verano. Y las vacaciones son un derecho necesario. Por ello hice las maletas y me fui a Punta Cana, donde no abandoné ni un sólo día mis obligaciones. Con el GPS en la muñeca, hice entrenamientos completos, tiradas largas, series, a lo largo de las playas de El Caribe, un paisaje muy diferente al de Tierra de Barros, y al blanco helado que me esperaba. Aunque correr sea un compromiso conmigo mismo, tampoco puedo faltar a los que tengo con otra gente, como con la hermandad de la Virgen de Gracia. Fiesta para la cual organicé, con gran éxito de participación y público, la primera Milla Urbana, además de asistir a todos los actos del programa.

Pasados todos estos días de difícil ‘entrenos’, llega la calma, y con ella preparaciones muy duras, horas por sierras con cuestas kilométricas, series muy fuertes; gimnasio. Los tiempos iban saliendo. Me encontraba físicamente muy bien. Estas buenas sensaciones me llevaban a pensar en la maratón que me quedaba por delante y en la posibilidad de por qué no podría conquistarla. Pero nunca dije nada a nadie, sólo comentaba que el que me ganara tenía que correr mucho.

Con la maleta preparada tres semanas antes, los últimos días fueron los que más me costaron. Pero no dejé de correr, y fui a mi última media española en Don Benito, con Reme y Domi, amigos del club atletismo de Los Santos de Maimona.

LOS COMIENZOS

Llegó el día. El 20 de octubre me levanté a las cinco de al mañana y me dispuse camino a Talavera. Primera parada: Barcelona, donde recorrí las calles de la Ciudad Condal, entrené, y disfruté de un partido en el Camp Nou.
Al día siguiente la maleta estaba facturada a las ocho de la mañana. En el aeropuerto de El Prat me encontré con algunos compañeros del viaje. Siguiente parada: Copenhague, donde llegamos al hotel y pasamos un estupendo día en la capital danesa.

Día 22. Cogimos el vuelo hasta Groenlandia, cinco horas de pasaje hasta el aeropuerto de Kangerlussuaq, el hotel se ubicaba en el mismo aeropuerto. Allí estaba todo junto. Lógicamente la primera sensación fue de mucho frío, pero se soportaba. La ilusión superaba a los grados bajo cero. Por la tarde, después de hacer una visita al Glaciar Russel, estrené las zapatillas con una media hora de trote.

El día antes. Nos levantamos temprano para conocer en autobús los 42 kilómetros del día siguiente. No exento de sorpresas, pues todo el recorrido estaba nevado, a diferencia de otros años. El motivo es la nieve caída días antes. En el Glaciar Russel había lugares donde la nieve llegaba hasta la rodilla, cuatro kilómetros de recorrido. En ese momento pensé que correr por allí me sería imposible, incluso corredores con experiencia comentaban la dificultad. El tiempo demostraría que el que intentara correr en ese tramo, lo acusaría más adelante. De vuelta al hotel recapacitábamos en la dureza del perfil, con unas cuestas importantes, sobre todo en los kilómetros 21, en el 32 y en el 40.
Por la tarde otro rato al trote, sobre todo para relejar y deshacerme de los nervios. Por la noche la cena de la pasta, como no podía ser de otra forma, y a dormir muy temprano. La prueba estaba demasiado cerca.

Por fin el día. Me levanto y veo que no hace tanto frío como el día anterior que el termómetro marcó menos 25º; en ese momento rondaban los menos 15º. El reloj marcaba las seis de la mañana. Desayunamos y nos dirigimos a la salida.  Faltaba aún más de media hora, pero 20 minutos antes de la hora estipulada, a las 9.10 ya estábamos todos. Dieron la salida. ¿Cómo fue? Bajo una pancarta sujeta con palos de fregona y un oriundo disparó al aire con un rifle.

 
Pistoletazo de salida


LA CARRERA

Los primeros kilómetros. Al comienzo, un chico de Barcelona, Javi, y yo destacamos sobre los demás; subimos cómodos, incluso hablando. Llegamos al kilómetro 3, donde estaba el glaciar, y mi compañero de viaje empezó a animarse, pero yo decido tomarlo con calma. Apenas corro. Algunos tramos los hice andando porque veía imposible acelerar. En ese momento ya contamos con una distancia suficiente con respecto al grupo.
Salida

Kilómetro 7: primer avituallamiento. Apenas vi a Javi. Pensé que él estaba mejor preparado que yo, por sus comentarios, ya que me contó previamente que su marca en maratón estaba en dos horas y 48 minutos, conseguida en Berlín.

Mis dudas empezaron entonces. Dudaba con el ritmo que tenía que llevar, debido a mi posición. Otros chicos que dejé atrás también habían alcanzado mejores marcas que las mías, como un australiano, que ocupó el tercer puesto del podium, y tenía 2 horas y 35 minutos. De cualquier forma, antes de pasar por el kilómetro 10 (segundo avituallamiento) seguía en segunda posición. Empecé de nuevo a vislumbrar al barcelonés, y yo ya había alcanzado mi ritmo, 3’.45”- 3’50”. Estaba cómodo. Y aunque todo el terreno seguía nevado, podía correr con facilidad 
Entrada al Glaciar

Kilómetro 10. Bebo agua caliente. Javi estaba más cerca. Por detrás nadie. Sabía que alcanzaría a mi predecesor. La mente me ayudó. Me hizo correr. Fue entre el kilómetro 12 y 13 cuando llegué. Hablo con él y me pongo delante. Sigo a mi ritmo. Lo sentía detrás, pero en las bajadas corría todo lo que las piernas me dejaban, incluso algún kilómetro lo marqué en 3’03”. Estaba fuerte y emocionado por ocupar la primera posición. La pregunta más repetida es “en qué pensaba”: pues en todos los malos momentos que tuve que pasar para llegar a donde me encontraba en ese instante; en todos y cada uno de los días que sacrificas; y, sobre todo, en cada una de las personas que tuve a mi lado, que me ayudaron. Motivo más que suficiente para no fallar. Ahí empecé a creerme que podía cruzar la meta el primero. Que podía ganar.
El perfil de este kilómetro, el 10 aún, fue de toboganes. Solitario ya, pues a Javi lo perdí. Decido no mirar más.
La soledad de la Carrera

La media maratón. La paso sin mirar el cronómetro. No quería agobiarme con los tiempos. Bebo. Decido caminar en una cuesta muy dura y mirar. Eran ya siete minutos los que les llevaba a mi más directo competidor. Él sí me veía, me lo confesó al terminar.

La carrera fue impresionante, a la vez que solitaria. Nada comparable con ninguna otra que haya corrido. Sólo veía a gente en el avituallamiento cada cinco kilómetros. Oía  el agua del río correr, y cómo caía el hielo; un silencio sepulcral. Paré varias veces durante la carrera porque me parecía mentira que estuviera allí, en primera posición de una maratón. Solo y en silencio. Es algo muy difícil de transmitir.
Pasaban los kilómetros y seguía en soledad.


Kilómetro 27. Las piernas dan los primeros síntomas de flojeo. No soy capaz de correr bien, y dudo de si he ido demasiado fuerte. Durante tres kilómetros encontré mucha nieve, y dificultades, perdía el equilibrio. Pero la mente puede más que todo eso, y recibo un nuevo impulso al recordar el sacrifico previo, incluso los entrenamientos  realizados por las playas caribeñas.

Kilómetro 30. Más nieve. Vuelvo a mi ritmo. El día anterior en el recorrido, a todos nos asustó la cuesta del 31, con una sierra pegada. Muy dura y larga. Me lo tomé con calma de nuevo. La anduve casi en su totalidad. No dejaba de mirar atrás, pero nada. Estaba solo. Me volvía cada vez más fuerte, y mis piernas también. Otro pensamiento: con la cantidad de kilómetros que sacaba de ventaja, veía casi imposible que me alcanzaran, pero no me confié.

Entre el 33 y 37. Los llamo los kilómetros del “tío del mazo”. Me veo con serias posibilidades de ganar. Ya sí. Satisfacción que me empuja y paso por estos kilómetros ensimismado por el inminente triunfo. Ritmo constante, pero más lento, entre  4’15” y  4’ 20”.

Kilómetro 40. Última botella de agua caliente para hidratarme. Última cuesta. Pero no por ello menos dura. Tanto que la tengo que hacer andando otra vez. Las piernas ya no pueden más. Así que decido correr marcha atrás, y así aprovecho para percatarme de si el segundo puede o no dar conmigo.
Meta

Mi ritmo en los últimos kilómetros bajó. Fin de la cuesta. No veo a nadie. Ahora sí. Soy ganador. La emoción se apodera de mí, e inevitablemente pienso en los malos momentos que pasé, donde todo se pintaba oscuro. Pienso en mis padres y en sus cuidados y paciencia durante la preparación. El apoyo de mis hermanas, mi abuela, mis sobrinas. En toda mi familia. En todos mis amigos que, pacientes, siempre entendían que no quedara con ellos porque el estricto entrenamiento así lo exigía. Me acuerdo de mis paisanos, de mis compañeros de Zafra, de Chema, y su incansable apoyo. Dos kilómetros muy emocionantes.

Me adentro en el pueblo y seguía sin ver a nadie, aunque faltaran 400 metros para cruzar la meta.

Kilómetro 42. Advierto la pancarta que reza ‘Finish’. Sólo estaban allí algunos familiares del que llegara el segundo, y nadie más. Paso por la línea de meta y tan sólo me esperaban el organizador y un médico.


Quería celebrarlo. Que alguien me diera un abrazo. Pero no había nadie. La alegría me desbordó con la medalla en la mano. Me sugieren que vuelva a cruzar la meta con ella, para poder inmortalizar el momento con una fotografía.

Comenzó a llegar gente y a felicitarme. Tenía mucho frío, a pesar de que por dentro estaba empapado de sudor. Me voy a la habitación. Confieso que por el camino se me saltan las lágrimas. Quería llamar a mi madre, pero me era imposible por cómo tenía las manos. Entro en el hotel llorando de emoción. Era increíble. Había ganado una maratón.

Pensaba en lo contento que se pondrían todos los que me quieren cuando se enteraran. Estoy deseando compartirlo con ellos. Tras hablar con mi familia, una buena ducha. Me abrigo y decido volver a la meta. En ese momento llegó el cuarto. Me cuentan que mi marca es de tres horas y catorce minutos. Un nuevo récord de la prueba, con 15 minutos sobre el segundo clasificado. Reí al recordar las veces que miré hacia detrás, creyendo que me alcanzaría. No paré de sonreír. No podía ocultar mi absoluta felicidad.

El resto de los días fueron muy agradables. Ya me conocían todos y me felicitaban allá por donde iba. Fue genial.


El regreso a casa fue en tres días. Seguían llegando las sorpresas. Una en el aeropuerto y el recibimiento y el calor de mis paisanos. Algo inolvidable. Gracias a todos.

1 comentario:

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    Salud, José Luis Sáez Sáez.

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