CRÓNICA DE MI MEJOR APUESTA
Todo
empezó en el mes de noviembre del año 2008, cuando, echando un vistazo a una
revista especializada, leí la experiencia que algunos españoles habían tenido
por las frías tierras de Groenlandia. A partir de ahí me interesé por el viaje
del año siguiente; algo tan importante hay que prepararlo con tiempo, me gusta
organizar bien las cosas. En el mes de enero tenía el presupuesto y todo preparado,
sólo faltaba inscribirme. Pero ocurrió algo inesperado: la rodilla empezó a darme
serios problemas, arrastraba una tendinitis con una gran inflamación de la
Bursa. Ya había comprado las zapatillas
específicas para no deslizarme en la nieve y el hielo. Pero tuve que aparcar
por un tiempo mi gran sueño de competir en la maratón del Círculo Polar de
Groenlandia.
A
partir de la maratón de Barcelona que tuvo lugar en marzo, fueron cinco meses
malos, deportivamente, muchos fisioterapeútas, osteópatas, acupuntureros y otros
“remedios” a los que acudí, que si os los contara, os levantaría una sonrisa. En
este tiempo competí en algunas carreras, sin entrenar, sólo por el placer de
hacerlo, porque necesito correr, y no perder el contacto con mis compañeros y amigos
que comparten afición. Era la sensación de querer sentirme como ellos, aunque
estuviera apartado de la práctica, y viera mi recuperación aún lejos.
En
el mes de julio la rodilla comenzó a dar síntomas de mejora, el dolor en el
rotuliano era mínimo; todo indicaba que podría intentar entrenar en agosto. Así
pues, llegó el momento, el alta médica, y me inscribí en THE POLAR CIRCLE
MARATHON.
Ya
no había vuelta atrás, faltaban poco más de tres meses y mi sueño comenzaba a
hacerse realidad. La expedición saldría hacia Dinamarca el 21 de octubre, muy
temprano, con lo que me apresuré también a coger vuelo y hotel en Barcelona un
día antes de la salida, y un día después de la llegada, no me gusta ir con
prisas. Pasada la feria de Santa Marta, mi pueblo, (que por cierto fue muy
buena), el lunes 3 de agosto comencé la preparación de la maratón, tres bloques
de cuatro semanas por delante con cientos de kilómetros que recorrer.
Pero
era verano. Y las vacaciones son un derecho necesario. Por ello hice las
maletas y me fui a Punta Cana, donde no abandoné ni un sólo día mis obligaciones.
Con el GPS en la muñeca, hice entrenamientos completos, tiradas largas, series,
a lo largo de las playas de El Caribe, un paisaje muy diferente al de Tierra de
Barros, y al blanco helado que me esperaba. Aunque correr sea un compromiso
conmigo mismo, tampoco puedo faltar a los que tengo con otra gente, como con la
hermandad de la Virgen
de Gracia. Fiesta para la cual organicé, con gran éxito de participación y
público, la primera Milla Urbana, además de asistir a todos los actos del
programa.
Pasados
todos estos días de difícil ‘entrenos’, llega la calma, y con ella preparaciones
muy duras, horas por sierras con cuestas kilométricas, series muy fuertes;
gimnasio. Los tiempos iban saliendo. Me encontraba físicamente muy bien. Estas
buenas sensaciones me llevaban a pensar en la maratón que me quedaba por
delante y en la posibilidad de por qué no podría conquistarla. Pero nunca dije
nada a nadie, sólo comentaba que el que me ganara tenía que correr mucho.
Con
la maleta preparada tres semanas antes, los últimos días fueron los que más me
costaron. Pero no dejé de correr, y fui a mi última media española en Don
Benito, con Reme y Domi, amigos del club atletismo de Los Santos de Maimona.
LOS COMIENZOS
Llegó el día. El 20 de octubre me levanté a las cinco de
al mañana y me dispuse camino a Talavera. Primera parada: Barcelona, donde
recorrí las calles de la Ciudad Condal ,
entrené, y disfruté de un partido en el Camp Nou.
Al
día siguiente la maleta estaba facturada a las ocho de la mañana. En el
aeropuerto de El Prat me encontré con algunos compañeros del viaje. Siguiente
parada: Copenhague, donde llegamos al hotel y pasamos un estupendo día en la
capital danesa.
Día 22. Cogimos el vuelo hasta Groenlandia, cinco
horas de pasaje hasta el aeropuerto de Kangerlussuaq, el hotel se ubicaba en el
mismo aeropuerto. Allí estaba todo junto. Lógicamente la primera sensación fue
de mucho frío, pero se soportaba. La ilusión superaba a los grados bajo cero. Por
la tarde, después de hacer una visita al Glaciar Russel, estrené las zapatillas
con una media hora de trote.
El día antes. Nos levantamos temprano para conocer en
autobús los 42
kilómetros del día siguiente. No exento de sorpresas,
pues todo el recorrido estaba nevado, a diferencia de otros años. El motivo es
la nieve caída días antes. En el Glaciar Russel había lugares donde la nieve
llegaba hasta la rodilla, cuatro kilómetros de recorrido. En ese momento pensé
que correr por allí me sería imposible, incluso corredores con experiencia
comentaban la dificultad. El tiempo demostraría que el que intentara correr en
ese tramo, lo acusaría más adelante. De vuelta al hotel recapacitábamos en la
dureza del perfil, con unas cuestas importantes, sobre todo en los kilómetros
21, en el 32 y en el 40.
Por
la tarde otro rato al trote, sobre todo para relejar y deshacerme de los
nervios. Por la noche la cena de la pasta, como no podía ser de otra forma, y a
dormir muy temprano. La prueba estaba demasiado cerca.
Por fin el día. Me levanto y veo que no hace tanto frío
como el día anterior que el termómetro marcó menos 25º; en ese momento rondaban
los menos 15º. El reloj marcaba las seis de la mañana. Desayunamos y nos
dirigimos a la salida. Faltaba aún más
de media hora, pero 20 minutos antes de la hora estipulada, a las 9.10 ya
estábamos todos. Dieron la salida. ¿Cómo fue? Bajo una pancarta sujeta con
palos de fregona y un oriundo disparó al aire con un rifle.
Los primeros kilómetros. Al comienzo, un chico de Barcelona, Javi,
y yo destacamos sobre los demás; subimos cómodos, incluso hablando. Llegamos al
kilómetro 3, donde estaba el glaciar, y mi compañero de viaje empezó a
animarse, pero yo decido tomarlo con calma. Apenas corro. Algunos tramos los
hice andando porque veía imposible acelerar. En ese momento ya contamos con una
distancia suficiente con respecto al grupo.
Salida |
Kilómetro 7: primer
avituallamiento. Apenas vi
a Javi. Pensé que él estaba mejor preparado que yo, por sus comentarios, ya que
me contó previamente que su marca en maratón estaba en dos horas y 48 minutos,
conseguida en Berlín.
Mis
dudas empezaron entonces. Dudaba con el ritmo que tenía que llevar, debido a mi
posición. Otros chicos que dejé atrás también habían alcanzado mejores marcas
que las mías, como un australiano, que ocupó el tercer puesto del podium, y
tenía 2 horas y 35 minutos. De cualquier forma, antes de pasar por el kilómetro
10 (segundo avituallamiento) seguía en segunda posición. Empecé de nuevo a
vislumbrar al barcelonés, y yo ya había alcanzado mi ritmo, 3’ .45”- 3’50”. Estaba
cómodo. Y aunque todo el terreno seguía nevado, podía correr con facilidad
Entrada al Glaciar |
Kilómetro 10. Bebo agua caliente. Javi estaba más cerca.
Por detrás nadie. Sabía que alcanzaría a mi predecesor. La mente me ayudó. Me
hizo correr. Fue entre el kilómetro 12 y 13 cuando llegué. Hablo con él y me
pongo delante. Sigo a mi ritmo. Lo sentía detrás, pero en las bajadas corría
todo lo que las piernas me dejaban, incluso algún kilómetro lo marqué en 3’03”.
Estaba fuerte y emocionado por ocupar la primera posición. La pregunta más
repetida es “en qué pensaba”: pues en todos los malos momentos que tuve que
pasar para llegar a donde me encontraba en ese instante; en todos y cada uno de
los días que sacrificas; y, sobre todo, en cada una de las personas que tuve a
mi lado, que me ayudaron. Motivo más que suficiente para no fallar. Ahí empecé
a creerme que podía cruzar la meta el primero. Que podía ganar.
El
perfil de este kilómetro, el 10 aún, fue de toboganes. Solitario ya, pues a
Javi lo perdí. Decido no mirar más.
La soledad de la Carrera |
La media maratón. La paso sin mirar el cronómetro. No quería
agobiarme con los tiempos. Bebo. Decido caminar en una cuesta muy dura y mirar.
Eran ya siete minutos los que les llevaba a mi más directo competidor. Él sí me
veía, me lo confesó al terminar.
La
carrera fue impresionante, a la vez que solitaria. Nada comparable con ninguna
otra que haya corrido. Sólo veía a gente en el avituallamiento cada cinco
kilómetros. Oía el agua del río correr,
y cómo caía el hielo; un silencio sepulcral. Paré varias veces durante la
carrera porque me parecía mentira que estuviera allí, en primera posición de
una maratón. Solo y en silencio. Es algo muy difícil de transmitir.
Pasaban
los kilómetros y seguía en soledad.
Kilómetro 27. Las piernas dan los primeros síntomas de
flojeo. No soy capaz de correr bien, y dudo de si he ido demasiado fuerte.
Durante tres kilómetros encontré mucha nieve, y dificultades, perdía el
equilibrio. Pero la mente puede más que todo eso, y recibo un nuevo impulso al
recordar el sacrifico previo, incluso los entrenamientos realizados por las playas caribeñas.
Kilómetro 30. Más nieve. Vuelvo a mi ritmo. El día
anterior en el recorrido, a todos nos asustó la cuesta del 31, con una sierra
pegada. Muy dura y larga. Me lo tomé con calma de nuevo. La anduve casi en su
totalidad. No dejaba de mirar atrás, pero nada. Estaba solo. Me volvía cada vez
más fuerte, y mis piernas también. Otro pensamiento: con la cantidad de
kilómetros que sacaba de ventaja, veía casi imposible que me alcanzaran, pero
no me confié.
Entre el 33 y 37. Los llamo los kilómetros del “tío del
mazo”. Me veo con serias posibilidades de ganar. Ya sí. Satisfacción que me
empuja y paso por estos kilómetros ensimismado por el inminente triunfo. Ritmo
constante, pero más lento, entre 4’15” y 4’
20” .
Kilómetro 40. Última botella de agua caliente para
hidratarme. Última cuesta. Pero no por ello menos dura. Tanto que la tengo que
hacer andando otra vez. Las piernas ya no pueden más. Así que decido correr
marcha atrás, y así aprovecho para percatarme de si el segundo puede o no dar
conmigo.
Meta |
Mi
ritmo en los últimos kilómetros bajó. Fin de la cuesta. No veo a nadie. Ahora
sí. Soy ganador. La emoción se apodera de mí, e inevitablemente pienso en los
malos momentos que pasé, donde todo se pintaba oscuro. Pienso en mis padres y
en sus cuidados y paciencia durante la preparación. El apoyo de mis hermanas,
mi abuela, mis sobrinas. En toda mi familia. En todos mis amigos que,
pacientes, siempre entendían que no quedara con ellos porque el estricto
entrenamiento así lo exigía. Me acuerdo de mis paisanos, de mis compañeros de
Zafra, de Chema, y su incansable apoyo. Dos kilómetros muy emocionantes.
Me
adentro en el pueblo y seguía sin ver a nadie, aunque faltaran 400 metros para cruzar
la meta.
Kilómetro 42. Advierto la pancarta que reza ‘Finish’.
Sólo estaban allí algunos familiares del que llegara el segundo, y nadie más.
Paso por la línea de meta y tan sólo me esperaban el organizador y un médico.
Quería
celebrarlo. Que alguien me diera un abrazo. Pero no había nadie. La alegría me
desbordó con la medalla en la mano. Me sugieren que vuelva a cruzar la meta con
ella, para poder inmortalizar el momento con una fotografía.
Comenzó
a llegar gente y a felicitarme. Tenía mucho frío, a pesar de que por dentro
estaba empapado de sudor. Me voy a la habitación. Confieso que por el camino se
me saltan las lágrimas. Quería llamar a mi madre, pero me era imposible por
cómo tenía las manos. Entro en el hotel llorando de emoción. Era increíble.
Había ganado una maratón.
Pensaba
en lo contento que se pondrían todos los que me quieren cuando se enteraran.
Estoy deseando compartirlo con ellos. Tras hablar con mi familia, una buena
ducha. Me abrigo y decido volver a la meta. En ese momento llegó el cuarto. Me
cuentan que mi marca es de tres horas y catorce minutos. Un nuevo récord de la
prueba, con 15 minutos sobre el segundo clasificado. Reí al recordar las veces
que miré hacia detrás, creyendo que me alcanzaría. No paré de sonreír. No podía
ocultar mi absoluta felicidad.
El
resto de los días fueron muy agradables. Ya me conocían todos y me felicitaban
allá por donde iba. Fue genial.
El
regreso a casa fue en tres días. Seguían llegando las sorpresas. Una en el
aeropuerto y el recibimiento y el calor de mis paisanos. Algo inolvidable.
Gracias a todos.
Por si fuera de interés para usted, sus compañeros de rutas o los lectores de su web, tengo publicado el blog plantararboles.blogspot.com
ResponderEliminarUn manual sencillo para que los amantes de la naturaleza podamos reforestar, casi sobre la marcha, sembrando las semillas que producen los árboles y arbustos autóctonos de nuestra propia región.
Salud, José Luis Sáez Sáez.